Queda claro que Internet es un mar insondable, y no solo eso, crece vertiginosamente cada día. Encontrar algo es cada día más fácil, encontrar algo útil es cada vez más difícil. Las fuentes de información se multiplican y diversifican, a la vez que se plagan de anuncios comerciales de todo tipo. Nuevas e ingeniosas herramientas digitales son creadas constantemente, y quedan en el anonimato para muchos.
Por eso, el papel del investigador es tan importante: como lector profesional debe localizar las piezas de información que son relevantes y fidedignas antes de poder integrarlas en un nuevo trabajo o pieza de conocimiento, debe analizar y cuestionar los trabajos de otros y opinar críticamente sobre ellos, aportando evidencias en su caso, y luego por los mismos medios poner a disposición de la comunidad sus hallazgos, para que a su vez sean aquilatados por otros. Eso es bueno.
También resulta evidente que la taxonomía de los textos, por sí misma, puede ser motivo de extenso debate e investigación: la terminología, los tipos y subtipos, los conjuntos y subconjuntos con interrelaciones, similitudes, complejas interacciones y sutiles detalles. Podría escribirse un tratado completo solo con eso.
Sin embargo, lo que queda después del tamiz, a mi juicio, es una atmósfera dinámica que encierra a los textos académicos, presentando lo que son, en parte a partir de la gran variedad de lo que no son. Resulta asimismo que el lenguaje, la forma, el contenido, el objetivo, la voz de los otros… todo opera en la fundición de lo que tras cocina y condimento resultará en un buen texto académico.
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